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El Tribunal Oral Federal Nº1 de Córdoba escuchó este jueves el relato de los dos últimos testigos en el juicio contra Jorge Rafael Videla y otros 30 imputados por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar.
Además el TOF Nº1 de Córdoba dispuso que el jueves 18 de noviembre comience la ronda de conclusiones y alegatos finales, y que el martes próximo los imputados puedan ampliar sus declaraciones.
En relación a la declaración de los últimos dos testigos, a continuación parte de sus declaraciones:
Federico Víctor Bazán
“Se hicieron movilizaciones al rectorado para pedir renovaciones de contratos. Recibimos cuatro decanos, Federico, Contempo, Gallardo y yo recibimos una serie de amenazas. Nos mandaron flores rojas y a los pocos días sin haberse resuelto el problema gremial, me detuvieron en mi casa”.
“Me detuvo la policía de Córdoba. Nos acusaron de asociación ilícita a mí y a mi señora. Nos tuvieron detenidos y nos hicieron una causa. No recuerdo si era el Dr. Puga. En un primer tiempo yo conté con la asesoría legal del Dr. Ceballos que estaba en la gremial docente. Poco tiempo después el no vino más, era el mes de mayo”.
“En septiembre un octubre, comenzaron las restricciones en las ventajas que teníamos los detenidos en el Servicio Penitenciario. Eso se fue endureciendo hasta la llegada del golpe de estado, cuando las visitas quedan suspendidas”.
“En el nuevo régimen político hay una serie de circunstancias, requisas violentas, la conducta de los presos al ir al médico eran exacerbadas. Los conducían y los traían a los golpes”.
“Un preso, Dreizick, tenía asma y prefería tener ataques de asma dentro de la celda y no ir al médico. Creo que al Tribunal le va a interesar que yo en 1976 sufrí un traslado, en la fecha de 11 de junio, tres presos del pabellón 6 y 8 fuimos conducidos a las 6 o 7 de la tarde a la entrada de la cárcel. Éramos José Funes, Hugo Vaca Narvaja y yo”.
“Nos vendaron, nos ataron las manos atrás y hubo una sensación de que nos iban a trasladar. Me tocan la parte trasera de la rodilla. Cuando se siente miedo, el músculo de la rodilla tiembla y no se puede controlar. Cantaban: al cielo, vestido de blanco te vas”.
“Nos trasladaron en un camión, tirados en el suelo, acostados en el suelo del camión. Nos golpearon hasta llegar a un lugar que yo infiero que es La Rivera. El traslado duró tres noches y cuatro días. El lunes 14 nos volvieron a llevar a la cárcel de San Martín”.
“Durante la estadía en ese lugar estamos atados, vendados y sentados frente a los colchones, que los desatábamos para dormir. Nos dijeron que íbamos a ir a misa. Teníamos prohibido hablar. Ese día domingo nos permitieron tirarnos en el patio a tomar sol, ese día había otros presos que comentaban en alta voz que eran obreros de la cantera de Cruz del Eje y comentaban que era el día de San Antonio en Cruz del Eje”.
“El oído es el único órgano que no se cierra. Al estar acostado veo a través de las vendas un lugar con galerías. El día 14, lunes, nos reúnen a los tres y una persona de alto nivel nos comunica un mensaje. Nos palmea el hombro, nos abraza y nos dice ustedes encabezan la lista de gente que vamos a matar. Comuníquenselo a las palomas a Paris”.
“Ellos decían que nosotros teníamos comunicación con Paris que era la supuesta sede a la que pertenecían las organizaciones. Cuando volvemos a la cárcel de San Martín, ahí nos sacaron las vedas, nos revisaron, estábamos sucios pero no estábamos ni golpeados ni lastimados”.
“Cada uno regresó a su celda y comunicamos el mensaje de que encabezábamos la lista de presuntos muertos. Tres semanas después salió en una misión Cristian Funes con una chica y no volvieron más. Nosotros pensábamos que empezaron a cumplir la promesa”.
“Sabíamos que no eran los primeros, ya había pasado y se decía que eran fugas. Los comunes escuchaban la radio y nos comunicaban las novedades. A mediados de julio sacaron a Vaca Narvaja y tampoco volvió más. Yo pensaba que en agosto me tocaba a mí”.
“El 5 de septiembre hubo un traslado masivo de presos hacia Sierra Chica y a La Plata. Fuera de la orbita del Tercer Cuerpo. Era el aniversario de la muerte de mi padre y yo pensaba que el me había salvado. En Sierra Chica la requisa fue muy fuerte. Ahí yo pierdo un oído por los golpes”.
“En octubre hubo un traslado masivo de presos de distintas cárceles y nos llevaron al Penal de San Martín. Armaron una comisión de 23 , eligen a tres , un periodista Bornaldel de Mendoza, a mi , y una señorita Alicia Viela y nos llevan vendados y nos dicen que si algo le pasaba a Videla iban a morir una cantidad de presos, y si le pasaba algo a un coronel, iba a morir otra cantidad”.
“En ocasión del mundial de fútbol hicieron lo mismo. Nos hicieron la misma amenaza. En ese momento andaba una comisión de la Cruz Roja Internacional. Nos buscaron en la cárcel de San Martín. Nos trasladaron a los 23 a la Rivera. Cuando la Cruz Roja va a la Rivera, a nosotros dos nos trasladaron a La Perla. La Perla en ese momento estaba desmantelada”.
“Alguien en La Rivera denunció que había 23 detenidos y que ya no estaban , y nos empiezan a buscar en La Perla y en La Rivera. Fue una chica y por haber denunciado eso la llevaron a la Perla de fajinera. Era una chica Deustch”.
“Cuando llegamos a La Perla había gente que tocaba música muy fuerte. La chica Deustch me dijo que eran los que colaboraban que por eso no estaban vendados y tenían un trato especial. Nos volvieron a traer a la cárcel de San Martín. Para mí eso era un alivio porque era una cárcel pero con rostros humanos. En la Perla no”.
“Fueron tres meses en 1977 y tres meses en 1978 sin comunicación con mis familiares y sin abogado. Mi nombre figuraba dos veces entre las listas de desaparecidos”.
“Pasaron tres meses en celda de chica por haber firmado supuestamente una denuncia a la prensa. Pase tres meses en celda de castigo en Córdoba y seis meses en celda de castigo en Sierra chica. Baje de 82 kilos a 62 kilos”.
“Cuando desmantelan Sierra Chica me llevaron a Rawson donde recupere la libertad en 1980”.
“Tuve una condena por 5 años con inhabilitación completa. Por eso preparé mi viaje a Francia. Entré en Francia como refugiado político. Desde allí tramité el tema de mi inhabilitación con Elda. Becerra”.
“Los juicios quedaron anulados durante el gobierno de Alfonsín. Me devolvieron los cargos en la Universidad pero yo estaba trabajando en Paris. Me dieron licencia sin goce durante algunos años pero después tuve que renunciar porque no podía hacerme cargo”.
Dora Isabel Caffieri de Bauducco
“No he tenido contacto personal con los imputados. Han pasado 34 años Yo tengo 34 años más lo que significa que hemos cambiado todos, pero seguimos siendo los mismos”.
“Tengo 59 años, soy arquitecta. El día 20 de diciembre de 1975, entró a mi casa un grupo totalmente armando, rompieron todo y se llevaron varias cosas, yo estaba con mi marido, estaba embarazada y preparando mi tesis”.
“Nos separaron, me pusieron una venda y me llevaron a un móvil que estaba en la puerta. A mí me llevaron a informaciones, nunca me quitaron la vendan de los ojos, cuando me la sacan veo a todos de civil y me empiezan a amenazar con que iban a matar al hijo que tenía en mi barriga”.
“Me decían que yo tenía un tablero de dibujo y yo les decía que yo estudiaba arquitectura. El primo de mi marido era el almirante Massera y, llámenlo a él y se van a dar cuenta de que aquí hubo una equivocación”.
“A mí dieron una serie de patadas y me dijeron que yo estaban diciendo eso porque estaba embazada, pero que me iban a hacer decir otras cosas. Yo les decía que no iba a decir algo que no conocía”.
“La tortura fue psicológica. Me dieron patadas y tuve unas contracciones. Lo mío fue más leve que lo de otras personas. Estuve en un banco escuchando como a otra gente la torturaban. En Navidad nos trajeron una copa de sidra. Yo no acepte la copa y les dije que yo no podía brindar por nada. No sabía qué consecuencia me iba traer decir eso”.
“Mientras estuve ahí había una persona que se me acercaba todo el tiempo, muy perfumado, como de unos 45 años. Me decía que mi marido estaba diciendo un montón de cosas, diciendo que actuaban política etc. Yo le decía que mi marido no podía decir eso porque él vivía conmigo”.
“Había un asedio permanente como para que yo sintiera en lo que estaba metida. Yo sabía que no estaba metida en nada de lo que me tuviera que arrepentir. Creíamos en la justicia social, queríamos un mundo mejor, creo en la justicia , no creo en la impunidad”.
“Con las vendas puestas, veía hacia abajo personas que pasaban y veía botas. No sé si botas de militares o de policías pero las patadas eran botas”.
“Una vez me alcanzaron un pedazo de pollo envuelto en papel plateado y cuando lo pude abrir estaba lleno de hormigas. Después me trasladaron a la cárcel de San Martín”.
“Fui a declarar al juzgado de Zamboni Ledesma. El defensor era Haro. Me pusieron una causa por asociación ilícita con mi marido, un compañero de mi marido y una mujer que yo no conocía, Rosario Miguel Muñoz”.
“Mi hijo nació el 6 de marzo en la maternidad. Me esposaron una mano al elástico de la cama y un pie también. Tuve trece horas de trabajo de parto, cuando llego el momento del parto, y la doctora responsable pidió que me quitaran las esposas, que en la sala de parto mandaba ella y que no iba a entrar nadie”.
“Había hombres de civil armados. Así tuve a mi hijo, donde había parturientas recientes de la misma maternidad. Yo era la única presa política. Y me volvieron a esposar a la cama”.
“La celadora quería taparme la mano esposada y yo le dije que no lo hiciera. Esos hombres prendían la luz a las tres de la mañana y recorrían el lugar con armas. Era una situación inaceptable por lo que pedí que si le daban el alta a mi hijo, yo quería volver a la cárcel cuanto antes.
“Volví al penal y comenzó una época de terror. Las celdas y las ventanas fueron cerradas y nos quitaron todo. Nos dejaron algo de ropa y el colchón doblado toda la noche”.
“Era planta baja, en celdas individuales, la celda número veinte, justo al medio. Nos quitaron el sol, la salida al patio, todo”.
“Empezó un clima de terror desconocido para todas. Todas sentíamos lo mismo. Venían diferentes guardias que se turnaban por semana. Había gente que la identificábamos por los uniformes”.
“La gendarmería tenía otro uniforme. Esa gente nunca nos agredió. Tenían las mismas reglas rígidas pero no nos agredían. Había como una especie de competencia entre las guardias”.
“El grado de enfermedad que padecían era terrible. Trataban de explicarnos a nosotros que nosotros éramos responsables de lo que ocurría”.
“Yo jamás me imagine que alguien en la vida le pudieran hacer cosas tan dañinas a otras personas. Yo no sabía que la tortura pudiera existir. Yo era una joven de 24 años. La situación de indefensión que teníamos era terrible, no teníamos en quien confiar. Entraba alguien a la noche a la celda y no sabíamos que podía pasar. Las celadoras se quedaban afuera y los militares entraban. Había una celadora, una sola muy firme”.
“Con las mujeres, estábamos sometidas, era el terror. La personalidad de cada una de las presas podía ayudar en esas situaciones o no. Un militar entraba, cerraba la puerta y nadie te podía ayudar. Las compañeras gritaban y nadie las podía ayudar”.
“Cuando sacaban a una compañera, las compañeras gritaban, se las llevaban y al día siguiente venían las celadoras y nadie volvía a hablar de esa persona”.
“A mi marido lo vi mientras estábamos comunicados. Tuvimos visitas íntimas cuando nació mi hijo. Me entere de su muerte por una casualidad. Un preso con sus manos me pregunto como estábamos, yo le pregunte como estaban los muchachos. Me dijo estaban mal porque habían matado a uno, a Gustavo Bauducco”.
“El shock fue muy grande porque no se llamaba Gustavo pero Gustavo y Raúl Bauducco era muy parecido. Yo hasta que no tuve la entrevista con quienes vinieron del juzgado tuve la esperanza de que hubiera una equivocación. Cuando me llevaron a declarar el 12 de agosto de 1976, cumpleaños de mi mama, me leyeron los datos de la causa, faltaba mi marido. Pregunte porque no estaba en la causa y me contestaron que después me iban a explicar”.
“Ahí me dieron el sobreseimiento pero me dijeron que quedaba a disposición del PEN. En ese momento el abogado defensor era Molina. Había otras personas pero no recuerdo las caras. Me dijeron que él le había querido arrebatar el arma a un militar y que en defensa propia lo habían matado”.
“Yo entre en un ataque de rabia y les grite ustedes son la justicia, son la única esperanza que tenemos y ustedes vienen a convencerme a mí que mi marido es una persona tan imbécil que sin saber manejar un arma y en esa situación de terror le va a querer arrebatar un arma aun militar”.
“No les da vergüenza ser justicia, le pedí a la celadora que me retirara porque esas personas me daban asco. Sentí una traición .Nunca más nos vimos hasta que llegue a Devoto y mi familia tramitaba mi salida del país”.
“Las requisas eran así, me pedían que me bajara la bombacha, como yo me negaba me mandaban al calabozo. Así que yo estaba siempre en el calabozo yo les decía que no me negaba a la requisa, pero si a la violación y me volvían llevar al calabozo. Yo no tenia contacto con la realidad”.
“Algo paso que después nos volvieron a la penitenciaria. Unos días después nos volvieron a subir a un avión y la persona que me llevaba mi, se que era un militar, me dijo tenés miedo no? Y yo le dije que no, que ya tenía la libertad otorgada. No te creo, me dijo y yo le dije yo tampoco le tengo miedo”.
“Como no vas a tener miedo, si te vamos a tirar a los tiburones. Yo le dije que no tenía miedo porque yo no había hecho nada de lo que tuviera que arrepentirme en cambio ellos sí, y que iban a tener miedo toda la vida”.
Informe: Natalia Brusa (Cámara Federal de Apelaciones de Córdoba) y José Ferrer (Tribunal Oral Federal Nº1 de Córdoba).